lunes, 24 de agosto de 2009

Le pregunté al reflejo

Navegaba en una pequeña barca de madera en la que no había nadie más. El mar estaba en calma y tenía una tonalidad violácea que me hizo mirarlo constantemente; pero, aparte de mi reflejo, no vi nada más. Era curioso, no me veía joven, sino viejo, arrugado y con el pelo blanco y brillante.
Alrededor de la barca no había nada, sólo ese extraño y silencioso mar oscuro. El cielo estaba raso; no era de día, pero tampoco de noche. Había una misteriosa claridad que lo bañaba todo, pero no se veía ni un sol ni una luna que aclarase qué momento del día era. Aunque me parecía más un crepúsculo que un alba.
La barquita apenas se movía. La calma era total. De repente me fijé en mí y me vi desnudo. No llevaba nada encima y mi cuerpo también era muy viejo. Me puse en pie y grité "socorrro". Parecía que no hubiese nada en aquel mar. Aunque no estaba convencido de que aquello fuese el mar. Más bien parecía una gran boca negra que engullía mis llamadas. Los gritos apenas recorrían unos metros, se precipitaban hacia esa sima de oscuridad y desaparecían. Estaba nervioso, muy agitado, pero ni sudaba ni me temblaban las manos. Me senté y me tomé el pulso: ¡no había! Al instante presioné ambas manos contra mi pecho intentando sentir los latidos del corazón. Sospeché que serían viejos y débiles, pero tampoco los oí. Entonces me percaté de que mi piel estaba blanca y fría, y me abalancé contra el agua para ver mi reflejo. Sentí frío en la mirada que me respondió. Me quedé quieto, con la cara frente al agua, reflejado en aquel lugar atemporal.
De repente vislumbré el reflejo de otro rostro. Me giré inmediatamente pero no había nadie conmigo. Sin embargo el rostro me miraba desde el mar... me observaba estático, sin moverse, sin expresión, sin hablar. Era el reflejo de una anciano arrugado de ojos grandes y pelo largo plateado. Parcía un pirata de antaño. En aquel momento vi otro reflejo pasar un poco más arriba y otro par un poco más allá. Desaparecieron. Entonces comprendí. Aquel mar era algo así como la antesala del más allá, de la Muerte. Y ese mar oscuro, la morada de las ánimas que esperan su paso a otro lugar, al eterno reposo.
- ¿Estás asustado? -me preguntó aquel reflejo desde el agua. Su voz sonaba casi metálica.
Caí de espaldas en la barca. Pero reaccioné con rapidez, era mi oportunidad de saber qué hacía yo allí.
- ¿Qué me ocurre? -le pregunté mirándole a los ojos, vacíos.
- Este es el mar del desamor, donde vienen las almas que no han sabido, no ha podido o no han querido amar. Te estábamos esperando. Sólo tienes que saltar y quedarás aquí atrapado con nosotros para siempre, reducido al reflejo de lo que pudo haber sido y no fue por tu culpa. Salta, Marcos, es tu hora, el tiempo no perdona.
- No...
- Tomaste una decisión, tuviste tu tiempo, se consumió, perdiste, ¡salta!
De nuevo caí de espaldas en la barca. Me palpé el pecho, no latía.
- ¡No siento mi corazón! -exclamé asustado-. ¡¿Qué es lo que pasa?! ¡No me late! ¿Por qué no puedo sentirlo? -le pregunté al reflejo.
- No te late, y no lo sientes por eso, porque le diste ilusión, le ofreciste un futuro y después se lo negaste, le arrebataste su destino, el tuyo. Por eso se murió y se extinguió de tu cuerpo. Tu elección fue tu billete hacia aquí, Marcos. Ahora no hay marcha atrás, acepta la última consecuencia de tus actos, salta.
Negué con la cabeza. El reflejo gritó de nuevo: "¡Salta!", y volví a negarme. Entonces, cientos de reflejos como aquel y como el mío, rodearon la barca. Todos me gritaban: "¡Salta!". Todos ellos estaban vacíos de expresión. Se fueron acercando más y más, eran miles, cientos de miles. Toda la superficie del violáceo mar era reflejos, como un desierto formado por granitos de arena, todos iguales pero diferentes. Sus voces se hicieron una y me atormentaban los oídos: "¡Salta! ¡Salta! ¡Salta!". Me los tapé y me encogí en el fondo de la barca. De repente, esta comenzó a tambalearse, ladeándose cada vez más: me estaban tirando.
- ¡¡¡ALEJANDRO!!! -grité cayendo al suelo de mi compartimento del tren, que pasaba por un puente antiguo y se balanceaba y botaba.
Me puse en pie. Estaba empapado en sudor. Fui al baño. Me lavé la cara y bebí agua. Otra vez me vi reflejado en el pequeño espejo redondo.
- ¡Oh! Gus...

Fragmento de "El viaje de Marcos" de Oscar Hernández

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